Entre los motivos más frecuentes que llevan a plantearnos cuándo acudir al psicólogo se encuentra la sensación de angustia y vacío, pero también la dificultad para mantener relaciones satisfactorias con los demás que perduren en el tiempo. “Creo que algo marcha mal”, “no soy capaz de poner los límites al otro”, “me cuesta expresar mis sentimientos y mis deseos”…son palabras que se escuchan con frecuencia en nuestras consultas.
No es necesario sufrir un marcado malestar o haber perdido la salud mental para comenzar una terapia. A menudo, las demandas terapéuticas surgen en momentos de cambio vital, sin más sintomatología que el vértigo de asomarse a un nuevo camino, donde los mapas de viaje hasta entonces utilizados ya no sirven. A veces, la sensación de sentirnos perdidos es el mejor escenario para poder encontrarnos. “Llevo una gran carga dentro de mí”, “siento que no pertenezco a nada”… son palabras que se escuchan en las primeras sesiones.
Cuando la persona se plantea acudir al psicólogo, su deseo es encontrar una colaboración profesional, durante un trecho del camino, que la permita obtener un conocimiento más profundo de sí misma, promover un crecimiento personal y recuperar la capacidad creativa para enfrentar las diferentes problemáticas que se presenten en el tiempo.