Los términos inconsciente o subconsciente se refieren a todo el universo de sentimientos, deseos, motivaciones e ideas que habitan en nosotros y de las que no nos damos cuenta. El inconsciente es, por tanto, una representación que no percibimos; una realidad psíquica que está ahí pero que no nos damos cuenta que está ahí.
Es evidente que los seres humanos somos inconscientes a muchas realidades, tanto internas como externas. En nuestra experiencia cotidiana, por ejemplo, todos, alguna vez, nos hemos encontrado frente a un cambio en nuestro estado de ánimo sin reconocer qué suceso gatilló la modificación de nuestro espíritu. Otras veces, simplemente, tardamos en reconocer algunas emociones, necesidades o deseos que están ahí, como esperando ser vistas y atendidas.
INCONSCIENTE Y PSICOANÁLISIS
Para el psicoanálisis todo acto psíquico es inconsciente (o subconsciente) cuando, antes de ingresar en la consciencia, tropieza con alguna resistencia. A esta resistencia la llamó represión, algo que, más tarde, daría origen a la descripción de los mecanismos de defensa que desarrollamos los humanos para evitar experimentar todo aquello que nos resulta difícil digerir en nuestro espíritu.
Sigmund Freud (1) demostró la existencia del inconsciente mediante los experimentos de inducción a la hipnosis. El hipnotizado realiza el acto prescrito sin ser consciente del impulso que lo obliga a la acción. El individuo hipnotizado, tras despertar del trance, no recuerda el momento de haber sido hipnotizado pero, sin embargo, sí realiza la orden prescrita por el hipnotizador. Este hecho, que los participantes observan en una sesión de hipnosis, no es accesible a la consciencia del hipnotizado.
Este fenómeno, que consiste en desarrollar un acto sin percatarse de la motivación que impulsó a realizarlo, no es difícil encontrarlo en la vida cotidiana. Aquellas personas con baja consciencia de su ira suelen sorprenderse ante la reacción del otro cuando lanzan sus ofensivas, por ejemplo, bajo la inocente apariencia de una “broma”
INCONSCIENTE Y PSICOLOGÍA
Para los psicólogos que trabajamos en el ámbito de la salud mental la existencia del inconsciente está ampliamente demostrada en todo el material clínico que recogemos durante el tratamiento de muchos trastornos psicológicos. Los mecanismos automatizados que utilizamos los seres humanos para evitar la percatación de elementos amenazantes para la consciencia, para interrumpir las vivencias en curso y para separarnos del presente, están ampliamente estudiados en el tratamiento de la neurosis. Pero, ¿Para qué nos sirven estos mecanismos de defensa?
FUNCIONES DEL INCONSCIENTE
Aunque en el inconsciente colectivo todos tenemos la idea de que la represión es una tentativa de protegernos de un traumatismo psíquico vivido en el pasado, esto, no siempre es así.
En ocasiones, la función del inconsciente reside, simplemente, en preservar el auto-concepto que mantenemos de nosotros mismos o de aquellas personas con las que compartimos una relación significativa. Para protegernos ante la representación de elementos que amenazan la “buena” idea construida es necesario un acto de ceguera. Técnicamente, interrumpir los procesos cognitivos que modifiquen nuestra visión de las cosas mediante la entrada en la consciencia de nueva información suele ser una estrategia para preservar algo. Si mirar a un hombre es como mirar a un iceberg, donde lo que vemos es sólo una pequeña parte de todo lo que hay, y, al mismo tiempo, necesitamos mantener una visión positiva de nosotros mismos para desarrollarnos psicológicamente, es comprensible que la naturaleza nos haya provisto de mecanismos para evitar enfrentarnos a lo inaceptable.
INCONSCIENTE Y SOCIEDAD
Desde la óptica antropológica (2) todo el proceso de transmisión cultural (endoculturación) se produce, en parte, de manera inconsciente. Los seres humanos interiorizamos toda una ideología (normas, prohibiciones, prejuicios, etcétera) mediante una experiencia de aprendizaje inconsciente que, en ocasiones, evita las conductas desviantes de esa norma establecida mediante castigo.
En contextos de dependencia, falta de libertad o amenaza, el precio de ser conscientes puede ser elevado. Uno puede elegir, sin saberlo, dejar de creer en sus propios particularismos, en lo que profundamente siente, piensa, necesita, incluso percibe, si eso no se ajusta a lo definido, mayoritariamente, como adecuado.
En definitiva, excluir elementos de nuestra consciencia puede ser, simplemente, una solución, una estrategia encontrada para sobrevivir física o psicológicamente. La reflexión sobre si esta solución encontrada puede suponer un problema es ahora una cuestión que queda abierta para el lector.
BIBLIOGRAFÍA
(1) El malestar en la cultura. Sigmund Freud. Pag 180
(2) Introducción a la antropología general. Marvin Harris. Pag 167