La personalidad perfeccionista vive con mucha ansiedad la idea de cometer errores, de no llegar a alcanzar un ideal perfecto, y a menudo alberga dudas sobre su identidad. Al igual que el narcisista, sostiene una idea de su autoestima basada en la polaridad todo-nada, donde no acepta la mediocridad, (lo que pertenece a la zona del medio) es decir, los matices de gris. Esta característica también la comparte el trastorno obsesivo-compulsivo.
Detrás del/la perfeccionista suelen encontrarse ideas de inadecuación, a menudo parapetadas tras en uso de mecanismos de defensa, ideas de que nada será suficiente, de que haga lo que haga nunca llegará a obtener verdadera satisfacción y reconocimiento.
Estas personas se enfrentan a un problema lógico; cuando decimos a alguien “tienes que ser perfecto” lo metemos en una paradoja paralizante, esto es, la imposibilidad de conciliar dos realidades, que son: a) ser perfecto es no cometer errores y b) para perfeccionarse hay que cometer errores.
Todo aprendizaje requiere del ensayo y del error. Los experimentos en psicología demuestran que cuando la rata ha de buscar su trozo de queso en el laberinto lo que realmente aprende es a discriminar los caminos por los que “no era”. La rata solo puede alcanzar su objetivo desechando los intentos fallidos, hasta que a base de tentativas falladas llega por fin a la comida. Es decir, solo aprende de sus errores. ¿Acaso no nos sucede a los seres humanos algo parecido?
La sabiduría de un hombre puede medirse por el número de errores acumulados; si cometió pocos errores nunca aprendió nada. Uno aprende a dar en la diana recalibrando los fallos, reconociéndolos y aprendiendo de ellos. El problema del perfeccionismo radica en el miedo a intentarlo. Si he de ser perfecto, es decir, si no puedo cometer errores, entonces mejor ni lo intento. Creer en el perfeccionismo es cometer un error de enfoque. La perfección no existe, solo existe el perfeccionamiento, es decir, la capacidad de ser capaz de equivocarse.